La empatía es la capacidad humana y animal de sentir o ponerse en el lugar de otro ser, compartiendo emociones y sentimientos que generan instancias de ayuda, comprensión y cohesión.
Gracias a la empatía podemos ser solidarios y relacionarnos con los demás velando por el bien común.
LA RATONA QUE SABIA LADRAR
En la orilla de una granja vivía una familia de ratones integrada por los
padres y dos hijos. Una mañana de verano salieron a un día de campo.
Los dos hermanitos ratones pidieron permiso a sus padres para ir a jugar
un poco más lejos. La señora les dijo que sí pero les recomendó:
—Tengan mucho cuidado, porque por allí anda un gato.
—¿Un gato? ¿Qué es eso? —preguntaron los hermanos.
—Un animal grande con bigotes —respondió el padre mientras veía irse a
los pequeños.
Los dos ratoncillos se alejaron llenos de curiosidad por conocer a ese
animal bigotudo, pues jamás lo habían visto.
—Me muero de ganas de verlo para divertirme con él —dijo la niña ratona.
Andando andando llegaron hasta la cerca y del otro lado alcanzaron a ver
al felino. Éste se acercó y comenzó a mirarlos sin intención de hacerles
daño.
A los dos hermanos el gato les pareció muy chistoso y comenzaron a
burlarse de él, simplemente porque era distinto a ellos. Lo que más les
divertía eran sus bigotes y sus orejas paradas.
—Gato flaco, gato flaco, voy a darte para un taco —le decían entre
carcajadas.
El gato no se movía y sólo los veía fijamente, poco a poco se estaba
enfureciendo. De repente, intentó saltar la cerca para ir sobre los ratones.

Sin embargo, no lo logró y cayó como un pequeño costal. Los ratoncillos lloraban de la risa. —Mira cómo temblamos, mira cómo temblamos —lo desafiaban. Pero el minino no se quedó conforme. Intentó saltar una y otra vez hasta que lo logró y empezó a corretearlos. Muy asustados, los ratoncillos se desplazaban a toda velocidad hasta que llegaron donde estaban sus padres.

Sin embargo, no lo logró y cayó como un pequeño costal. Los ratoncillos lloraban de la risa. —Mira cómo temblamos, mira cómo temblamos —lo desafiaban. Pero el minino no se quedó conforme. Intentó saltar una y otra vez hasta que lo logró y empezó a corretearlos. Muy asustados, los ratoncillos se desplazaban a toda velocidad hasta que llegaron donde estaban sus padres.
—¡Papá, mamá, corran, porque el gato viene para acá y nos va a comer!
—gritaron a coro.
Mamá ratona tenía mucho miedo pero decidió hacer algo para salvar a su
familia. Se paró de manos, esperó al gato y cuando éste llegó lo miró a los
ojos. Parecía que en cualquier momento el gato daría el zarpazo para
atraparla, pero entonces ocurrió algo sorprendente.
Mamá ratona tomo
aire y empezó a ladrar como un feroz perro:
—¡Guau, guau, guau!
Muy asustado, el gato salió corriendo de allí y la familia de ratones quedó
a salvo.
Ya en la noche, cuando todos estaban descansando en sus camas mamá
les explicó:
—¿Ya lo vieron? Nunca tenemos que reírnos de las diferencias, sino
saber reconocerlas.
Si no se hubieran burlado del gato él no les habría
hecho nada. Y lo que nos protegió en esta ocasión fue mi conocimiento
de los perros. Recuerden que aprender el lenguaje de los demás y
respetarlos puede salvarnos la vida.
